La Navidad puede significar muchas cosas para muchas personas. Para Pablito, es la emoción de abrir regalos en la mañana de Navidad. Para María, es la feliz sensación de ver a sus abuelos, algo que experimenta solo una vez al año. Para Juan, es la paz de ir a la iglesia la noche antes de Navidad y cantar himnos y villancicos. Y para mamá, es la alegría de estar con toda su familia.

Para mí, como educador, la Navidad se trata de niños. Cuando enseño a mis alumnos sobre la Navidad, leo y observo. Veo a los estudiantes reírse mientras hablan entre ellos sobre los regalos que quieren de Santa. Leo las sinceras tarjetas que escriben a sus padres y hermanos, diciéndoles cuánto los aman y los aprecian. Me alegro con los dibujos creativos y los disfraces que hacen cuando escriben y realizan sus sketches navideños. Y me deleito en la alegría con la que cantan canciones con personajes clásicos de Navidad.

Lo que más me gusta de ser maestro durante esta época del año es la alegría privada que me traen mis alumnos. El sentimiento que surge al verlos cantar, escribir tarjetas y dictar listas navideñas me transporta a mi propia infancia. Me ayuda a oler mi cena de Navidad de 1992. Me ayuda a ver la vieja pantalla de televisión en la que jugué mi Nintendo 64 en 1996. Me ayuda a escuchar los villancicos que canté con mi coro en 2002. Y, sobre todo, me recuerda de mi primera Navidad como maestro en 2009, cuando tuve la oportunidad de compartir todas mis experiencias navideñas con mis alumnos.

Mi objetivo más sincero como educador en Navidad es fomentar la alegría. La alegría desinteresada de un niño que elige lo que la Navidad significa para ellos.

La alegría egoísta de recordar mi propio pasado navideño. Y, quizás lo más importante, la alegría eterna de que los padres de mis alumnos puedan darles a sus hijos la Navidad que desean y merecen.